lunes, 23 de noviembre de 2009

2012 - Roland Emmerich

¿Por qué me parecía haber visto ya esta película? Ah, claro, porque no es la primera vez (y me temo que tampoco la última) que en base a unos efectos espectaculares somos capaces de montar un film, con una historia simple, con unos pedazo de tópicos que hacían previsibles todas las escenas de acción y con unas actuaciones justitas. Pero qué más da. Nadie se fija en otra cosa que no sea cómo se derrumban todos los edificios, todo los montes y todo el planeta. Todo lo que no sean efectos especiales es secundario. No sobra porque si no no tendríamos película.

Y los efectos, a pesar de todo, no les doy un sobresaliente. La cúpula del Vaticano no puede ir rodando cuando se cae. Se derrumba y punto. Los edificios parecen de goma cuando se van cayendo. Creo que el físico-asesor que contrataron era un recién licenciado o un becario.

A pesar de todo hay que decir que viendo todo el festival de explosiones, terremotos, tsunamis y demás, te sientes como una auténtica hormiga, y esto hay que reconocérselo a la película. La próxima que veamos de este título tendrá que cepillarse la galaxia o el universo entero.

Después de todo esto no puedo darle un aprobado. Le voy a dar un 4, y por cierto, sigo manteniendo mi vaticinio de oscar a los efectos especiales de Distrito 9.

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